6.9.06

La arquitectura de moda

Allianz Arena.Herzog & de Meuron

La relación entre la arquitectura más reciente y la moda, y la influencia de los arquitectos "superstar" en la evolución de nuestras ciudades, son algunas de las ideas que el arquitecto Jaime Sarmiento analiza para Flylosophy

En marzo de 2006, la revista EPS (suplemento dominical del diario El País), publicó el artículo "Los edificios son maniquíes" en el que se relacionaba la moda con la arquitectura. En este artículo se mencionaba a un grupo de jóvenes arquitectos que intentan “trasladar el mundo de seis diseñadores de moda españoles a la arquitectura y el interiorismo”. Este concepto fue llamado Arkimoda.

Al mes siguiente, en las páginas de opinión de la misma revista, un indignado arquitecto criticaba el reportaje: “Para presentar este engendro, bautizado como arkimoda, es imprescindible una apariencia de modernidad y estética vanguardista”. La crítica al artículo no sólo se debía a la frivolidad con que se entretejían ambas disciplinas, sino también a la repercusión que podría tener en el público general y al detrimento de la profesión del arquitecto.

Al margen de esta polémica, el atrevido empeño de estos jóvenes de transferir la moda a la arquitectura no hace más que confirmar algo que, desde hace algunos años, viene sucediendo: la arquitectura más reciente es una cuestión de modas.

La moda es, por naturaleza, un asunto pasajero; cambia cada temporada. La arquitectura reciente, al igual que ella, se diluye con el tiempo. Es evanescente. ¿Quién se acuerda ahora de los edificios de las últimas olimpiadas? ¿O de los pabellones de la última exposición universal?La arquitectura ha dejado ser un bien y se ha convertido en una mercancía. Está generada para el consumo.

Beijing Airport. Norman Foster.

En principio, la arquitectura no tendría nada que ver con la moda, aunque si está muy relacionada con el vestido. De hecho, la primera forma de arquitectura consiste en vestirse.

La primera y principal finalidad de la arquitectura ha sido la protección y el cobijo, y así lo entendieron incluso los hombres de las cavernas. Con el paso de los tiempos, esa cubrición básica se ha venido cualificando, adaptándose a las épocas, hasta el punto en que no sólo se espera de ella la protección, sino que también produzca placer estético.

Algunos arquitectos de finales del siglo XIX y principios del XX, (Gottfried Semper o Adolf Loos, por ejemplo) habían establecido analogías entre el vestido y la arquitectura. En ese entonces, el revestimiento de los edificios se convirtió en uno de los elementos más expresivos de la arquitectura.

Hasta finales del siglo XX, la cubrición estaba estrechamente relacionada con la oquedad que generaba. La materia y el espacio se iban entrelazando, modelándose mutuamente. Lo lleno y lo vacío constituían el ente, en el cual estaba involucrado el hombre.

Actualmente, el hombre ha dejado de ser el protagonista de este diálogo para convertirse en un mero observador. De estar inmerso en el espacio, ha sido desplazado fuera de él. Ha dejado de ser un habitante y ha pasado a ser un espectador. La arquitectura vive un período contemplativo en el que hemos perdido nuestra capacidad de participación. “Lo único que se comparte es el espectáculo, ese juego en el que nadie juega y todos miran”- escribe John Berger.

Los edificios maniquíes

La arquitectura actual se ha concentrado en la fachada, en el vestido. El contenido, poco importa. Bien decía aquel primer artículo, aunque de manera inconsciente, que los "Los edificios son maniquíes". Es decir, los edificios se han convertido en objetos inertes, anodinos, indeterminados, arropados con vestimentas llamativas, en los que lo importante es la envoltura, y no lo que contienen en su interior. Se puede hablar ahora de edificios percha: tinglados dispuestos para aguantar la fachada. Los interiores sólo sirven de soporte a la piel.

Bodegas Marques de Riscal. Frank Gehry.

En este afán contemporáneo de fragmentar y clasificar el conocimiento, podríamos estar ad portas de una nueva especialización, el exteriorismo, que compensaría la ya existente del interiorismo.

Una prueba de que muchos de estos nuevos edificios son maniquíes, es que la mayoría de sus fotografías enseñan la fachada –bien sea desde afuera o desde adentro-, y escasamente el interior. El interior resulta poco interesante.

Últimamente, el concepto del espacio se ha venido transformando, desapareciendo del lenguaje de los arquitectos. En su lugar, emerge con gran fuerza el de la superficie. De lo tridimensional se está pasando a lo bidimensional. Si lo que importaba antes era nuestra relación con el espacio y con los objetos que nos rodeaban -en una situación multidireccional -, lo que se busca ahora es una disposición que fije nuestros ojos en una superficie -en un único sentido.

La tendencia a envolver los edificios (cual si fuesen regalos) ya se puso de manifiesto en los 80, con el postmodernismo. En aquel entonces se decidió arropar la arquitectura utilizando las vestimentas del pasado; y fue así como se disfrazó de antigua. Las estructuras de hierro u hormigón se forraban con el estilo de cualquier época: bien fuese de la Grecia clásica, del Renacimiento, del Barroco... Era la época menos afortunada de los Stern, Graves, Moore, Bofill... que saciaban los gustos de la sociedad de consumo mediante imágenes extraídas del pasado.

Actualmente no es extraño escuchar a los arquitectos hablando de "patrones" para diseñar las fachadas. En los despachos de arquitectura, como en las sastrerías, se utilizan plantillas que sirven para definir los modelos. Suelen ser dibujos o recortes que se enganchan sobre la fachada. Son, en sí mismos, la fachada.

Eberswalde Bibliothek. Herzog & de Meuron.

Hoy día se hacen fachadas de casi cualquier cosa: celosías de cristal que, con los rayos del sol, simulan el borboteo de un chorro de agua; muros de gaviones que causan inusuales efectos de sombras en el interior de una bodega de vinos; paredes de hormigón con grabados de pinturas o fotografías; cerramientos de cristal esgrafiados con hojas de un árbol; planchas de titanio que hacen refulgir las formas contorsionadas; pantallas de plasma que pueden anunciar cualquier publicidad.

Los arquitectos de moda demuestran un denodado esfuerzo por descubrir un nuevo efecto, una nueva impresión; se valen de cualquier cosa que pueda llamar la atención. Por ello, los materiales de las fachadas se tiñen, se colorean, se repujan, imitan ser otros materiales o se decoran de manera análoga a como se hacen los tatuajes en la piel. La fachada ha vuelto a ser, como lo fue en otros tiempos, una impostura, un elemento de decoración. Ya no se utilizan, como entonces, motivos alusivos a la naturaleza o a la historia, sino que ahora se la recarga en su expresividad.

No hace falta gritar o alardear para ser visto o escuchado. Tampoco a la arquitectura le hace falta atiborrarse de arabescos o de efectos especiales para expresarse.

Cuestión de imagen

Los nuevos monumentos tienen el terrible atractivo de ser fotogénicos, pero resultan vacuos en su contenido. Su mérito –y también su peligro- radica en su seductora imagen, capaz de eclipsar todo lo demás. Nos encontramos en un período en el que se reverencia la imagen, en el que se fabrican iconos, símbolos del poder y del progreso que pretenden ser representativos de un entorno, de un territorio o de una ciudad.

Serpentine Gallery Pavillion. Toyo Ito.

La publicidad de estos iconos ha generado un mundo imaginario, en paralelo al mundo real. Las imágenes abundan, nos asedian, se retocan, se trucan para hacer parecer que los edificios o las ciudades son más bellos de lo que son en la realidad.

Hoy día se publican las revistas de arquitectura como se publican las de moda: “la imagen es todo”. Incluso algunos libros recientes de arquitectura, que pudiesen ser considerados como "teóricos", ya no se leen, se ojean , como se ojean las revistas de decoración o de farándula. No sería de extrañar que pronto los encontremos en las salas de espera de las consultas médicas.

Muchos de los nuevos edificios se proyectan a partir de la imagen; son concebidos para ser fotografiados, y no tanto para ser habitados. En cambio, la buena arquitectura no es necesariamente fotogénica. La arquitectura y la fotografía, aunque en ocasiones se entrelazan, van por caminos diferentes. Lo más obvio sería destacar que una trabaja con un material plano y la otra no, una tiene un marco y la otra no, una es estática y la otra no, una está en relación con los ojos y la otra con todo el cuerpo. El observador está fuera de la fotografía, mientras que en la arquitectura está en su interior. La imagen no debe confundirse con la arquitectura.

La marca

Ahora los edificios tienen marca, una especie de impronta que los identifica. Hablamos de un edificio proyectado por Nouvel, Foster o Calatrava, como si se tratase de un BMW o de un Ferrari. No importa si se trata de un hospital, un aeropuerto o una casita; lo verdaderamente importante es la firma que refrenda la obra.

Joan Clos y Frank Gehry.

Para muestra, un botón: hace poco Joan Clos, alcalde de Barcelona, viajó a Nueva York para promocionar el proyecto de una torre en La Sagrera y de paso para reunirse con Frank Gehry, el arquitecto encargado del proyecto. En la fotografía que publicó el diario La Vanguardia, se veía a un eufórico Clos palmotear por la espalda a un animado Gehry –micrófono en mano frente a la maqueta de la torre-, mientras éste narraba a los asistentes las ventajas del megaproyecto. La cuestión es que aún no se sabe a ciencia cierta qué usos contendrá el edificio, pero se sabe el "estilo" y la firma encargada de proyectarlo.

La presentación, tenía como función buscar clientes que estén interesados en invertir. “Clos buscaba clientes para más de un millón de metros cuadrados de suelo en tres promociones, y el vendedor principal era Gehry ”– escribió el corresponsal de La Vanguardia.

Craig Webb, arquitecto colaborador de Gehry, asegura que el proyecto puede modificarse cuando aparezcan los clientes. “El diseño inicial– efectuado por Gehry en sólo un mes, (...)- es en realidad una especie de farol. Se trata de generar suficiente expectación para que el proyecto siga adelante, pero sin cerrarlo tanto como para no poder cambiarlo”.

Está claro que lo importante del proyecto no es lo que contiene, ni a quién va dirigido, ni cuánto cuesta, o si es o no necesario para la ciudad. Lo importante es que está firmado por Frank Gehry.

Los nombres de los arquitectos se han convertido en marcas comerciales. La prueba más flagrante ocurre con los ya desaparecidos, y en cuyo nombre se sigue construyendo. Se puede establecer un paralelismo entre las ciudades y los lugares propios para el coleccionismo, es decir, los museos: “Muchos coleccionistas –y también museos- compran nombres, marcas, en lugar de obras”- escribe John Berger. A lo cual se podría responder que muchos alcaldes– y también ciudades- coleccionan nombres, marcas, en lugar de obras de arquitectura.

El aparador


Tod's  Building. Toyo Ito.

Las ciudades viven una especie de carrera publicitaria, han de figurar en la órbita mundial para no desaparecer del mapa. Como en una competición, se vigilan unas a otras, para ver en qué pueden destacar. Basta observar las ‘olimpiadas publicitarias’ que se realizaron en 2005 para elegir la sede de los Juegos Olímpicos del 2012.

Al parecer, es prioritario ser sede de alguna olimpiada, de alguna exposición universal, de algún forum de las culturas (aunque de cultura pueda tener poco), de algún mundial... en fin, de cualquier cosa que nos haga ser protagonistas en el mundo. Cualquier excusa es buena para transformar una ciudad. Lo importante es figurar.

Para ello los alcaldes, en una estrategia comercial, se esfuerzan en contratar a los arquitectos más mediáticos. No importa el contenido ni la función de los edificios asignados, lo importante es que en la ciudad haya alguna obra de uno de estos afamados arquitectos.

Es posible imaginar una conversación entre alcaldes españoles (aunque también se podría escuchar en otros países), repasando la lista de los arquitectos del "star system" y preguntándose si ya tienen en su ciudad a tal o a cual:

- ¿En vuestra ciudad tenéis algún edificio de los arquitectos suizos Herzog & de Meuron? Acaban de hacernos un edificio precioso, forrado con un material rugoso y de color azul.

- Estamos en ello. Dentro de poco inauguramos un museo, que es una monada, ya lo verás.

- Y de Toyo Ito, ¿Tenéis alguno?

- De momento no tenemos nada, pero ya encontraremos algo para que venga.

- ¿Y de este otro arquitecto australiano? Que no es tan conocido pero me han dicho que ganó el Premio Pritzker, ¿Cómo se llama?

- Ah, el Glenn Murccutt.

- Sí, ése, ése.

- Pues ese no te lo recomiendo, no es muy comercial y se dedica a hacer casitas a nivel regional.- Si contratas a un Gehry, aunque te salga caro al principio, a la larga te resultará rentable y sino mira el cambio que ha tenido Bilbao.

- Sí, tienes razón, una manera de aparecer en el mapa es trayendo a uno de esos arquitectos "estrella". Mira lo que está pasando con Hospitalet de Llobregat: están construyendo un Foster, un Ito, ya tienen un Siza y pronto tendrán un Nouvel.

Y otro alcalde, más prudente, podría decir:

- ¡Tened cuidado colegas! No os vaya a pasar como al Real Madrid, que por dedicarse a fichar galácticos se olvidó de formar un equipo, y mirad los resultados.

Walt Disney Concert Hall. Frank Gehry

Las asociaciones entre la moda, el fútbol y la arquitectura no son del todo descabelladas. Ahora, todas ellas forman parte del negocio y del espectáculo.

En lugar de vivir de un desaforado protagonismo, insuflado por la especulación y por la imagen, ¿No sería más conveniente, acaso disfrutar de un sano anonimato? Los políticos y los mercaderes nos quieren hacer creer que las ciudades que habitamos son fantásticas, cuando en realidad en ellas, el estado de bienestar es aparente. El problema fundamental de las ciudades actuales no radica en erigir nuevos símbolos promocionales (de ello ya se tiene bastante), sino en la especulación de la vivienda. Las administraciones hacen poco por resolver este problema (están más dedicadas a la publicidad que a otra cosa). Se han rendido al mercado salvaje, que llena las arcas de promotores, constructores y bancos (que en definitiva son los mismos) y que mantiene, con el agua al cuello, las economías familiares.

La labor de un alcalde no debería ser la de intentar "vender" su ciudad, sino la de proporcionar un mejor hábitat a sus conciudadanos.

Las ciudades se han convertido en aparadores donde se exhiben los edificios maniquíes, en pasarelas por donde desfilan los disfraces. Ciudades aparentes, sin contenido. Ciudades espectrales.

Modelo

Torre Agbar. Jean Nouvel.

Acabado el Fórum, y olvidadas ya las olimpiadas, el Ayuntamiento de Barcelona y la empresa Aguas de Barcelona han aprovechado el momento para presentar el nuevo icono de la ciudad: la Torre Agbar, diseñada por Jean Nouvel.

La torre es un claro ejemplo de este fenómeno cultural basado en el culto a la imagen. Sus patrocinadores se han encargado de realizar un ingente despliegue publicitario para hacer de la torre el nuevo símbolo de Barcelona.

Pese a ello, la respuesta de la ciudadanía no ha sido del todo satisfactoria. El obelisco se ha calificado de poco sensible con su entorno. Algunos, de manera despectiva, lo denominan misil, cohete, pintalabios, supositorio o, incluso, consolador –las asociaciones formales resultan inevitables.

Por su parte, Nouvel justifica la obra relacionándola con las torres de la Sagrada Familia de Antonio Gaudí, con los pináculos de piedra de la Montaña de Montserrat y con un borbotón de agua, un geiser, en alusión a la empresa que patrocina la torre.

Se ha de remarcar el esfuerzo que demostró Nouvel durante el proyecto, intentando prever los efectos que el sol produciría en la fachada del edificio. Además de las simulaciones realizadas mediante ordenador, se hicieron varias pruebas construyendo trozos de la fachada en tamaño original. El efecto alcanzado en la obra culminada no ha resultado el que se preveía, pues el smog y el polvo acumulado sobre los cristales atenúan el brillo de la superficie.

Torre Agbar

Valiéndonos de un lenguaje propio de las pasarelas, podríamos decir que la Torre Agbar es un modelo ajustado, entallado mediante un corsé metálico, cubierto de arriba a abajo por un velo traslúcido que, por debajo, deja entrever un croché multicolor y que, con el juego de luces, produce brillos similares a los destellos que provocan las lentejuelas. Para la noche, el traje tiene la propiedad de transformarse, enciende sus llamativas luces de colores, causando un verdadero EEESSSPECTÁCULO MULTICOLOR.

Parece que el presupuesto inicial de la torre se ha visto rebasado con creces. Ver construida la ensoñación del arquitecto ha costado a la empresa, a la municipalidad y principalmente a los contribuyentes, quienes son los que pagan el agua, más del doble de lo inicialmente presupuestado. Los gastos se han incrementado, sobre todo, en el mantenimiento del edificio. Se ha encargado a una empresa la limpieza permanente de la fachada –tan pronto terminan abajo, han de volver a comenzar por arriba.

Pero independientemente de los aspectos concretos que rodean la costrucción de la Torre Agbar, es evidente que el control de los presupuestos en España parece ser de imprecisa aplicación. Hace poco, en una conferencia, Toyo Ito explicaba que el Parque de Relajación que realiza en Torrevieja, está paralizado porque el presupuesto se había acabado, y que ésta misma situación en Japón sería causa del inminente despido del arquitecto. Sin embargo, el alcalde de Torrevieja dijo al arquitecto que no se preocupara, y que de un modo u otro se conseguirían los recursos para terminar la obra. Lo dicho: no importa a qué coste, lo importante es tener un arquitecto de renombre que esté por delante de la obra.

La élite

L'Hemisferic. Santiago Calatrava.

¿Cuántos de nosotros podemos lucir un traje de Alta Costura? Resulta obvio que muy pocos. Los grandes diseñadores de moda producen prendas que sólo unos cuantos se pueden permitir. Sus diseños van dirigidos a un reducido sector del público, a una élite; el resto se aviene con lo convencional. Igual le está pasando a la arquitectura. Se piensa que ésta consiste en los grandes y publicitados proyectos, pero esto, en realidad, es una falacia.

La arquitectura se ha convertido en un servicio dirigido a una éite política, económica o institucional y en el que se ha perdido su principal ocupación: el interés social. Los arquitectos hemos desviado el rumbo de nuestro verdadero oficio. Nos "vendemos" a las inmobiliarias, a los ayuntamientos y a los promotores de turno que compran nuestros diseños.

Una muestra del extravío de nuestra labor es que la mayoría de los edificios que se publican –o sea, los que marcan los derroteros del oficio- son museos, aeropuertos, estadios, torres de oficinas de multinacionales, en fin, los grandes proyectos, pero escasamente son los relacionados con las necesidades más básicas y perentorias de la humanidad. Me refiero en particular al tema de la vivienda.

El sector de la vivienda es sin duda el de mayor demanda y construcción, pero paradójicamente es uno de los temas menos difundido y en el que menos se avanza e investiga. La vivienda se ha dejado en manos de los especuladores, que reproducen las tipologías convencionales que ya les son rentables.

La arquitectura se ha banalizado de tal manera que ya forma parte de la cultura Light, de lo ligero y aparente. Confiemos en que, como las modas, se trate de un planteamiento pasajero y que, en su lugar, emerja una nueva arquitectura acorde con las verdaderas necesidades de nuestro tiempo.

Jaime Sarmiento